Nació en 1214 y ya a los doce años, por muerte de su padre, fue proclamado rey, aunque de hecho asumió a los 21. El mismo año se casaba con virtuosa esposa, con quién tuvo once hijos, a los que se preocupó personalmente en dar una esmerada educación. Por sobre todo les enseñó amar a Dios con todo el corazón y todas las fuerzas y evitar todo lo que supiesen le desagrada: todo pecado mortal, al punto de sufrir martirio antes que cometerlo. Es el prototipo del rey cristiano, del rey sabio que tiene el sentido absoluto de Dios, resuelto a gobernar según su ley, y el sentido pleno de responsabilidad para con los ciudadanos, asegurándoles un gobierno justo, bueno, que previene y reprime la violencia e iniquidad de quienquiera viniese. Su vida privada estaba empapada de sencillez, dedicación, llaneza, humildad, austeridad, amor a la mortificación, a las sagradas escrituras y celo por un ordenamiento justo de la vida social.
SEGLAR FRANCISCANO
Tuvo predilección por los monjes y especial familiaridad c
on los frailes menores, disfrutando vivir con ellos y como ellos, hasta levantarse a media noche a cantar maitines y otros rezos. De mano de éstos profesó en la Tercera orden franciscana, queriendo indicarlo exteriormente, incluso, en su austera tenida gris. Fue claro exponente de la sabiduría franciscana en los asuntos seculares; cuidadoso de insistir en los deberes de sus súbditos, de manera muy parecida a cómo lo hacían los Papas a los soberanos, y de informarse del desempeño, costumbres y necesidades de éstos. Representa el progreso de la moral política. El Papa le exhortaba en una carta:
"Permaneced fiel a la tradición de vuestros predecesores viviendo en el temor de Dios y en el amor y honra de la Iglesia, para obtener las bendiciones divinas; el mejor medio será que observéis fielmente las directrices apostólicas".
Algunos pasajes de su vida le muestran como ejemplo de personalidad armónica y bien integrada. Capaz de disentir y actuar en conciencia ilustrada y de fe, aún frente al predominio público de criterios erróneos e interesados.
CESAROPAPISMO
Su época, el siglo XIII, es la de las luchas del cesaropapismo, el poder del Papa o el poder del emperador. Con motivo de las luchas entre el emperador Federico II y el Papa por la hegemonía sobre Italia, este excomulgó a aquel y le depuso del poder imperial, declarándole "despojado por Dios de todas sus atribuciones". Pero Federico II respondió que Dios ha creado dos poderes sobre la tierra, el sacerdotal y el de emperador y que Gregorio IX Papa inducía a confusión al mundo entero. Ambos trataban de atraer a su posición al rey de Francia Luis IX; pero este por más piadoso y moderado que fuera, conservó toda su independencia, cautelando firmemente los derechos de la monarquía frente a la sede vaticana. Desconoció por más de diez años la destitución de Federico y no dudó en socorrerle, prohibir en su país todo acto de hostilidad en contra suya y sostener el derecho de sus descendientes. Y por otra parte, secundaba al pontífice en salvaguardar los intereses de la cristiandad frente a los musulmanes, hasta encabezar la segunda cruzada, única de las ocho que obtuvo felizmente su objetivo, lograr apoderarse de Jerusalén.
Sta.Chapel, edificada por Luis IX para las reliquias de la cruz
AUSTERIDAD Y RECTITUD DE VIDA
El rey santo vestía en la corte modesta túnica color pardo como hijo de san Francisco, y, al entrar victorioso en la ciudad de Jerusalén seguido de todo su ejército, vistió de esa manera, a pie pelado, en memoria del Señor que caminó por sus calles, y del santo sepulcro que allí se conserva. Pero no fue una persona remisiva o indiscernidamente dócil, sino más bien enérgico, en lo que consideraba correcto. Como el Papa bien sabía que él jamás había de aceptar relevar y suplantar al emperador, procuró que lo hiciese su hermano Roberto. Pero Luis se opuso tenaz y decididamente, siendo así leal a Federico.
A la vez, por sus convicciones fue no menos leal al pontífice. Como el Papa procurase celebrar un Concilio para sanjar la cuestión del emperador Federico, este capturó la flota genovesa que de camino para aquel, transportaba a cien obispos y tres legados pontificios, haciéndolos sus prisioneros. El rey de Francia ordenó entonces al emperador en términos enérgicos poner en libertad a los obispos de su nación, y ofreció al pontífice su arbitraje en el conflicto; cosa que el Papa no aceptó.
Y como el Papa, al parecer atemorizado de la eventualidad de caer también él prisionero en alguna emboscada, huía disfrazado de una ciudad a otra por tierra y en barco; el rey santo le acogió en 1244 con toda su corte en la ciudad de Lyón; y al año siguiente allí mismo a todo el Concilio de los obispos de la cristiandad, advirtiendo que si Federico marchase sobre Lyón habría de verse con todas las fuerzas francesas. Lo que lo disuadió definitivamente.
AUTONOMIA SECULAR
Pero como con el correr del tiempo Lyón la sede del pontífice se transformase en una corte principesca alborotada por recepciones de una magnificencia poco digna del sucesor de Pedro; y este se desmesurase en exacciones de dinero a los católicos para sostener su gestión, hasta el punto de disponer como dueño absoluto de los bienes de los distintos templos e instituciones de Iglesia, y llegar a exigir el pago de impuestos fiscales a los habitantes de distintos territorios, como sólo podía hacer el rey o el emperador, San Luis protestó por su intrusión en los derechos de la monarquía.
En 1247 una embajada real se hacía presente en Lyón para protestar por tales desmanes económicos en perjuicio de las Iglesias locales, ‘cuyo despojo el rey no puede tolerar, y cuyos tesoros está decidido a salvaguardar dentro del reino como sus bienes propios’. Luis actuaba con el más serio, profundo y maduro discernimiento, legando el testimonio de crudísimos informes sobre el gobierno pontificio. Con todo, jamás cejó en su catolicidad siendo considerado el más sinceramente cristiano de los príncipes de su tiempo y presentado incluso por el Papa como modelo. Fue de hecho, por su influjo y gestión, el jefe de toda la cristiandad durante la más larga vacancia – de tres años- del papado. El representa, en efecto, la personificación más eximia de la máxima: “es tan nefasto el afecto servil cuanto la animosidad negativa respecto a los prelados de la Iglesia”.
SEGLAR FRANCISCANO
Tuvo predilección por los monjes y especial familiaridad c
on los frailes menores, disfrutando vivir con ellos y como ellos, hasta levantarse a media noche a cantar maitines y otros rezos. De mano de éstos profesó en la Tercera orden franciscana, queriendo indicarlo exteriormente, incluso, en su austera tenida gris. Fue claro exponente de la sabiduría franciscana en los asuntos seculares; cuidadoso de insistir en los deberes de sus súbditos, de manera muy parecida a cómo lo hacían los Papas a los soberanos, y de informarse del desempeño, costumbres y necesidades de éstos. Representa el progreso de la moral política. El Papa le exhortaba en una carta:"Permaneced fiel a la tradición de vuestros predecesores viviendo en el temor de Dios y en el amor y honra de la Iglesia, para obtener las bendiciones divinas; el mejor medio será que observéis fielmente las directrices apostólicas".
Algunos pasajes de su vida le muestran como ejemplo de personalidad armónica y bien integrada. Capaz de disentir y actuar en conciencia ilustrada y de fe, aún frente al predominio público de criterios erróneos e interesados.
CESAROPAPISMO
Su época, el siglo XIII, es la de las luchas del cesaropapismo, el poder del Papa o el poder del emperador. Con motivo de las luchas entre el emperador Federico II y el Papa por la hegemonía sobre Italia, este excomulgó a aquel y le depuso del poder imperial, declarándole "despojado por Dios de todas sus atribuciones". Pero Federico II respondió que Dios ha creado dos poderes sobre la tierra, el sacerdotal y el de emperador y que Gregorio IX Papa inducía a confusión al mundo entero. Ambos trataban de atraer a su posición al rey de Francia Luis IX; pero este por más piadoso y moderado que fuera, conservó toda su independencia, cautelando firmemente los derechos de la monarquía frente a la sede vaticana. Desconoció por más de diez años la destitución de Federico y no dudó en socorrerle, prohibir en su país todo acto de hostilidad en contra suya y sostener el derecho de sus descendientes. Y por otra parte, secundaba al pontífice en salvaguardar los intereses de la cristiandad frente a los musulmanes, hasta encabezar la segunda cruzada, única de las ocho que obtuvo felizmente su objetivo, lograr apoderarse de Jerusalén.
Sta.Chapel, edificada por Luis IX para las reliquias de la cruz
AUSTERIDAD Y RECTITUD DE VIDA
El rey santo vestía en la corte modesta túnica color pardo como hijo de san Francisco, y, al entrar victorioso en la ciudad de Jerusalén seguido de todo su ejército, vistió de esa manera, a pie pelado, en memoria del Señor que caminó por sus calles, y del santo sepulcro que allí se conserva. Pero no fue una persona remisiva o indiscernidamente dócil, sino más bien enérgico, en lo que consideraba correcto. Como el Papa bien sabía que él jamás había de aceptar relevar y suplantar al emperador, procuró que lo hiciese su hermano Roberto. Pero Luis se opuso tenaz y decididamente, siendo así leal a Federico.
A la vez, por sus convicciones fue no menos leal al pontífice. Como el Papa procurase celebrar un Concilio para sanjar la cuestión del emperador Federico, este capturó la flota genovesa que de camino para aquel, transportaba a cien obispos y tres legados pontificios, haciéndolos sus prisioneros. El rey de Francia ordenó entonces al emperador en términos enérgicos poner en libertad a los obispos de su nación, y ofreció al pontífice su arbitraje en el conflicto; cosa que el Papa no aceptó.
Y como el Papa, al parecer atemorizado de la eventualidad de caer también él prisionero en alguna emboscada, huía disfrazado de una ciudad a otra por tierra y en barco; el rey santo le acogió en 1244 con toda su corte en la ciudad de Lyón; y al año siguiente allí mismo a todo el Concilio de los obispos de la cristiandad, advirtiendo que si Federico marchase sobre Lyón habría de verse con todas las fuerzas francesas. Lo que lo disuadió definitivamente.
AUTONOMIA SECULAR
Pero como con el correr del tiempo Lyón la sede del pontífice se transformase en una corte principesca alborotada por recepciones de una magnificencia poco digna del sucesor de Pedro; y este se desmesurase en exacciones de dinero a los católicos para sostener su gestión, hasta el punto de disponer como dueño absoluto de los bienes de los distintos templos e instituciones de Iglesia, y llegar a exigir el pago de impuestos fiscales a los habitantes de distintos territorios, como sólo podía hacer el rey o el emperador, San Luis protestó por su intrusión en los derechos de la monarquía.
En 1247 una embajada real se hacía presente en Lyón para protestar por tales desmanes económicos en perjuicio de las Iglesias locales, ‘cuyo despojo el rey no puede tolerar, y cuyos tesoros está decidido a salvaguardar dentro del reino como sus bienes propios’. Luis actuaba con el más serio, profundo y maduro discernimiento, legando el testimonio de crudísimos informes sobre el gobierno pontificio. Con todo, jamás cejó en su catolicidad siendo considerado el más sinceramente cristiano de los príncipes de su tiempo y presentado incluso por el Papa como modelo. Fue de hecho, por su influjo y gestión, el jefe de toda la cristiandad durante la más larga vacancia – de tres años- del papado. El representa, en efecto, la personificación más eximia de la máxima: “es tan nefasto el afecto servil cuanto la animosidad negativa respecto a los prelados de la Iglesia”.
FIDELIDAD, MUERTE E IRRADIACION
Es el exponente típico de la política vaticana de las "cruzadas" por conquistar el sepulcro de Cristo de manos de los musulmanes. La que anduvo, por cierto, de fracaso en fracaso, pereciendo él de peste bajo sus banderas, junto a su propio hijo, en 1270 a los 56 años. Con ello se cerró el caballeresco y heroico ciclo de las cruzadas medievales. Como laico hizo del carisma franciscano fermento y levadura de la realidad secular: "Los mansos poseerán la tierra en herencia" (Mt 5,5).
Es el exponente típico de la política vaticana de las "cruzadas" por conquistar el sepulcro de Cristo de manos de los musulmanes. La que anduvo, por cierto, de fracaso en fracaso, pereciendo él de peste bajo sus banderas, junto a su propio hijo, en 1270 a los 56 años. Con ello se cerró el caballeresco y heroico ciclo de las cruzadas medievales. Como laico hizo del carisma franciscano fermento y levadura de la realidad secular: "Los mansos poseerán la tierra en herencia" (Mt 5,5).
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