
Desde su viaje a Tierra Santa y su visita a Belén había quedado Francisco con el corazón henchido de una devoción particular por la fiesta de Navidad. Uno de esos años cayó dicha fiesta en viernes, y Fray Morico propuso a los hermanos, por tal motivo, guardar abstinencia, pero Francisco le replicó: «Hermano, pecas al llamar día de Venus (etimología del viernes) al día en que nos ha nacido el Niño.
Quiero -añadió- que en ese día hasta las paredes coman carne; y ya que no pueden, que a lo menos sean untadas por fuera» (2 Cel 199). A este propósito solía decir también con frecuencia: «Si llego a hablar con el emperador, le rogaré que dicte una disposición general por la que todos los pudientes estén obligados a arrojar trigo y grano por los caminos, para que en tan gran solemnidad las avecillas, sobre todo las hermanas alondras, tengan en abundancia» (2 Cel 200). «Y también que, por reverencia al Hijo de Dios, a quien esa noche la Santísima Virgen María acostó en un pesebre entre el buey y el asno, todos aquellos que tuvieran alguno de estos animales les dieran esa noche abundante y buen pienso; igualmente, que todos los ricos dieran en ese día sabrosa y abundante comida a los pobres» (EP 114).
El año 1223 le fue dado a Francisco celebrar la Natividad de una manera hasta entonces nunca usada en el mundo. Había en Greccio un amigo y bienhechor suyo llamado Juan Vellita, quien le había hecho donación de una peña rodeada de árboles que poseía frente a la ciudad, a fin de que habitasen allí sus frailes. A este gentil hombre mandó, pues, llamar desde Fonte Colombo y le habló de esta manera: «Si quieres que celebremos en Greccio esta fiesta del Señor, date prisa en ir allá y prepara prontamente lo que te voy a indicar. Deseo celebrar la memoria del niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno» (1 Cel 84).
Juan Vellita corrió presto y preparó en el lugar señalado cuanto el Santo le había indicado. A la mitad de la Noche Buena llegaron los hermanos de Fonte Colombo, acompañados de gran multitud de gente de la región, todos con hachas encendidas en las manos. Los frailes se colocaron en torno a la gruta; el bosque estaba alumbrado como en pleno día. Se celebró una misa sobre el pesebre, que servía de altar, a fin de que el divino Niño estuviese allí realmente presente, como lo estuvo en la gruta de Belén. En medio de la fiesta tuvo Vellita extraordinaria visión, en que vio distintamente sobre el pesebre un niño verdadero, pero dormido y como muerto, y he aquí que Francisco se acerca, toma al niño en sus brazos, éste despierta y comienza a acariciar al Santo, pasándole suavemente la mano por la barba y por el burdo vestido. Ninguna maravilla causó, por lo demás, al piadoso Juan semejante aparición, pues estaba acostumbrado a ver resucitar a Jesús, por obra de Francisco, en tantos corazones donde antes dormía o estaba muerto.
Cantado el Evangelio, avanzó Francisco revestido de diácono y vino a ponerse junto al pesebre. Según la expresión de Celano, «el santo de Dios está de pie ante el pesebre, desbordándose en suspiros, traspasado de piedad, derretido en inefable gozo», y «su voz potente y dulce, su voz clara y bien timbrada, invita a todos a los premios supremos» (1 Cel 85-86).
«Luego predica al pueblo que asiste, y tanto al hablar del nacimiento del Rey pobre como de la pequeña ciudad de Belén dice palabras que vierten miel. Muchas veces, al querer mencionar a Cristo Jesús, encendido en amor, le dice "el Niño de Bethleem", y, pronunciando "Bethleem" como oveja que bala, su boca se llena de voz; más aún, de tierna afección. Cuando le llamaba "niño de Bethleem" o "Jesús", se pasaba la lengua por los labios como si gustara y saboreara en su paladar la dulzura de estas palabras... Terminada la solemne vigilia, todos retornaron a su casa colmados de alegría» (1 Cel 86).
«El lugar del pesebre fue luego consagrado en templo del Señor: en honor del beatísimo padre Francisco se construyó sobre el pesebre un altar y se dedicó una iglesia, para que, donde en otro tiempo los animales pacieron el pienso de paja, allí coman los hombres de continuo, para salud de su alma y de su cuerpo, la carne del Cordero inmaculado e incontaminado, Jesucristo, Señor nuestro, quien se nos dio a sí mismo con sumo e inefable amor y que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo y es Dios eternamente glorioso por todos los siglos de los siglos. Amén» (1 Cel 87).
Quiero -añadió- que en ese día hasta las paredes coman carne; y ya que no pueden, que a lo menos sean untadas por fuera» (2 Cel 199). A este propósito solía decir también con frecuencia: «Si llego a hablar con el emperador, le rogaré que dicte una disposición general por la que todos los pudientes estén obligados a arrojar trigo y grano por los caminos, para que en tan gran solemnidad las avecillas, sobre todo las hermanas alondras, tengan en abundancia» (2 Cel 200). «Y también que, por reverencia al Hijo de Dios, a quien esa noche la Santísima Virgen María acostó en un pesebre entre el buey y el asno, todos aquellos que tuvieran alguno de estos animales les dieran esa noche abundante y buen pienso; igualmente, que todos los ricos dieran en ese día sabrosa y abundante comida a los pobres» (EP 114).
El año 1223 le fue dado a Francisco celebrar la Natividad de una manera hasta entonces nunca usada en el mundo. Había en Greccio un amigo y bienhechor suyo llamado Juan Vellita, quien le había hecho donación de una peña rodeada de árboles que poseía frente a la ciudad, a fin de que habitasen allí sus frailes. A este gentil hombre mandó, pues, llamar desde Fonte Colombo y le habló de esta manera: «Si quieres que celebremos en Greccio esta fiesta del Señor, date prisa en ir allá y prepara prontamente lo que te voy a indicar. Deseo celebrar la memoria del niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno» (1 Cel 84).
Juan Vellita corrió presto y preparó en el lugar señalado cuanto el Santo le había indicado. A la mitad de la Noche Buena llegaron los hermanos de Fonte Colombo, acompañados de gran multitud de gente de la región, todos con hachas encendidas en las manos. Los frailes se colocaron en torno a la gruta; el bosque estaba alumbrado como en pleno día. Se celebró una misa sobre el pesebre, que servía de altar, a fin de que el divino Niño estuviese allí realmente presente, como lo estuvo en la gruta de Belén. En medio de la fiesta tuvo Vellita extraordinaria visión, en que vio distintamente sobre el pesebre un niño verdadero, pero dormido y como muerto, y he aquí que Francisco se acerca, toma al niño en sus brazos, éste despierta y comienza a acariciar al Santo, pasándole suavemente la mano por la barba y por el burdo vestido. Ninguna maravilla causó, por lo demás, al piadoso Juan semejante aparición, pues estaba acostumbrado a ver resucitar a Jesús, por obra de Francisco, en tantos corazones donde antes dormía o estaba muerto.
Cantado el Evangelio, avanzó Francisco revestido de diácono y vino a ponerse junto al pesebre. Según la expresión de Celano, «el santo de Dios está de pie ante el pesebre, desbordándose en suspiros, traspasado de piedad, derretido en inefable gozo», y «su voz potente y dulce, su voz clara y bien timbrada, invita a todos a los premios supremos» (1 Cel 85-86).
«Luego predica al pueblo que asiste, y tanto al hablar del nacimiento del Rey pobre como de la pequeña ciudad de Belén dice palabras que vierten miel. Muchas veces, al querer mencionar a Cristo Jesús, encendido en amor, le dice "el Niño de Bethleem", y, pronunciando "Bethleem" como oveja que bala, su boca se llena de voz; más aún, de tierna afección. Cuando le llamaba "niño de Bethleem" o "Jesús", se pasaba la lengua por los labios como si gustara y saboreara en su paladar la dulzura de estas palabras... Terminada la solemne vigilia, todos retornaron a su casa colmados de alegría» (1 Cel 86).
«El lugar del pesebre fue luego consagrado en templo del Señor: en honor del beatísimo padre Francisco se construyó sobre el pesebre un altar y se dedicó una iglesia, para que, donde en otro tiempo los animales pacieron el pienso de paja, allí coman los hombres de continuo, para salud de su alma y de su cuerpo, la carne del Cordero inmaculado e incontaminado, Jesucristo, Señor nuestro, quien se nos dio a sí mismo con sumo e inefable amor y que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo y es Dios eternamente glorioso por todos los siglos de los siglos. Amén» (1 Cel 87).
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